ÁNGELES (A Kraus Terry, Consuelo Luchón y Miguel Millán Roa)



Ellos eran, en apariencia, seres normales que tenían una vida común cuando no lucían sus alas, pero su labor era sublime y sus proezas homéricas, su entrega era completa, no se guardaban nada para ellos. Como Jesucristo resucitaban a los muertos y hacían ver y oír a quienes se resistían a hacerlo (y lo hacían en su nombre). Eran luz y esperanza. En una ocasión, todo aquel lugar colapsó de repente por una falla eléctrica que duró cerca de una hora, uno de ellos y dos o tres auxiliares de guardia, sin perder tiempo y sin descansar atendieron a cuantos pudieron manteniéndolos vivos con las fuerzas de sus manos, la resistencia de sus brazos y la grandeza de sus espíritus, a cada uno le donaron de sí mismos el oxígeno que requerían para permanecer con esperanza. Fue increíble. Lo lograron. En otra oportunidad, otro de ellos trajo a la vida no menos de tres veces a un pequeñito que ya no tenía fuerzas propias, luego, con lágrimas en los ojos comprendió que debía dejarlo ir y sin decir nada abrazó muy fuerte a su madre. A mí me devolvieron la sonrisa en varias ocasiones en que la creía perdida y me mantuvieron de pie. Un día uno me dijo: “Nosotros solo hacemos lo que podemos, pero Dios puede más. Confía en él más que en nosotros”. Esas palabras remendaron mi fe, mantuvieron mi esperanza y me hicieron amarlos. Hoy, después de mucho tiempo, vi a uno de ellos en la calle y aunque no lucía sus alas blancas lo reconocí de lejos, al saludarlo me di cuenta de que casi no me recordaba, sonreí. Me sentí feliz de las líneas de mi historia ocupadas por aquel ángel.

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