CARLOS



Su mirada era especial, era clara, profunda, atenta, limpia, brillante, era la mirada de un alma pura. Así era él. No tenía edad suficiente para todo lo que le había tocado vivir, era fuerte y muy valiente. Teníamos casi el mismo tiempo de estar allí pero lo conocí al final, apenas compartimos un par de semanas pero bastó para conocernos, compenetrarnos y hacernos amigos. Carlos casi no se comunicaba con palabras, lo hacía con sus ojos y eso le bastaba y me bastaba. Era un gran luchador, su estadía allí no era más que la preparación para una gran batalla que le aguardaba en otro lugar semejante. En aquel momento Carlos tenía tres años de edad y de haber sido un adulto quien hubiera tenido que luchar la batalla que a él le había tocado seguramente no habría resistido, porque a él lo sostenía su pureza y lo mantenía su humildad y lo aliviaba su inocencia y era feliz, nunca lo vi de otra manera, siempre era feliz. Con Carlos pude apreciar el mundo diferente: sencillo, bonito, posible, y pude entender que la vida es lo que nos propongamos que sea y que las dificultades no son la vida y que un día sobre esta tierra vale una sonrisa sincera y una mirada limpia Ojalá el adulto en el que se ha de convertir Carlos no abandone nunca a ese niño que es mi gran amigo por quien oro y a quien amo.

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