DIANA Y SUS AMIGAS



Diana era la mayor y no pasaba de 23 años, era un grupito jovial, alegre, divertido, sus temas de conversación giraban en torno a lo mal que hay que tratar a los hombres porque no sirven, en lo buena que estuvo la rumba a la que no asistieron por estar allí, ancladas a ese lugar que ya no soportaban y en la manera en la que se la iban a desquitar cuando lograran salir. Ellas sabían todo de todos, pero casi nadie sabía algo serio de ellas, parecían en ocasiones desubicadas, más de uno las creía locas, pero a más de uno la única vez que los vi sonreír fue gracias a ellas. Eran como una lámpara: apenas llegaban se iluminaba aquel nefasto lugar y nos acordábamos de que existía algo llamado alegría. Eran incondicionales, leales, atrevidas. Eran luz, voz y consuelo. Eran la manera que tenía Dios de recordarnos que existía vida y que se valía celebrar porque todavía teníamos esperanza. Diana y sus amigas no tenían una vida fácil, les tocó duro, pero sabían vivir, eran como niñas, a veces lloraban y sufrían mucho pero nunca olvidaban sonreír. Ellas me enseñaron que a veces hay que ser como niños y andar como locos para vivir plenamente aún en los peores momentos de la vida. Ellas también eran ángeles.

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