MARÍA EUGENIA
Hasta el día en que nos vimos por primera vez no teníamos nada en común, nuestras vidas eran distintas en todos los sentidos, así como nuestra forma de entender el mundo. Ella era esbelta, educada, muy bien arreglada, se notaba que tenía una vida confortable, tenía contactos, era muy política, sabía cómo mover influencias, tenía un carácter apacible pero con mucha firmeza, era muy diplomática en su trato; creo que en circunstancias diferentes nunca se nos hubiera ocurrido cruzar palabras, pero después de nuestro primer encuentro fuimos acumulando día tras día cosas en común, era como si quien escribía nuestras historias de pronto se cansó y decidió elaborar una misma para ambas. Llegamos allí por las mismas razones, sufrimos las mismas penas, hicimos los mismos sacrificios y finalmente corrimos con la misma fortuna. Aprendimos a consolarnos, a darnos fuerzas y a hacernos compañía. Cuando nos presentábamos la una a la otra solíamos decir: “Ella es fulana, su historia es exactamente la mía” y la otra persona sonreía y nos tomaba por conocidas. Su compañía fue para mí de mucha ayuda y beneficio y espero que la mía lo haya sido también para ella. Ahora somos cercanas y nuestras vidas siguen siendo paralelas en muchos sentidos, pero ella sigue siendo ella, con su elegancia y su política y su diplomacia, y yo sigo siendo yo: coloreando sombras para tratar de volverlas arcoíris.
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