MARIANA ISABEL



Cuando llegué ya ella tenía mucho tiempo de estar allí, yo estaba desorientada, aturdida, desesperada, deambulaba de un lado a otro sin saber a dónde ir, ni cómo parar, de pronto la vi: lucía tranquila, segura, relajada, en su rostro había una discreta sonrisa permanente que transmitía paz, confianza, daba la impresión de que esa alma no tenía idea de donde estaba. Sólo verla me sirvió para detenerme y respirar profundo: ¿eres nueva? Pregunté, -¡no! Dijo ella acentuando su sonrisa, -ya tengo aquí varios meses- (repuso) ¿y por qué no te dejan ir? (volví a interrogar) –porque lo mío requiere de mucho tiempo- respondió, voy poco a poco pero no es suficiente, aún me falta mucho… Me confundió su actitud y le pregunté: ¿cómo haces para estar tan tranquila? Yo no tengo aquí mucho tiempo y ya quiero que me dejen ir… -También yo, dijo, pero nada hago con desesperarme. Ven, siéntate, todo estará bien-. Yo me senté y le creí, desde ese momento me hice compañía con ella y gracias a eso resistí lo suficiente. Ella estaba en peor situación que yo y llevaba así mucho más tiempo que yo, pero su confianza y su serenidad eran tales que le alcanzaba para compartir conmigo y seguir llena. Era increíble. Cuando salí de allí yo estaba toda remendada por la cantidad incontable de veces que me había roto y vuelto a armar mientras ella permanecía intacta. Su fuerza espiritual no era humana. Su alegría al verme salir era tan grande que no parecía darse cuenta de que ella aún permanecería ahí por más tiempo, era como si eso no contaba, era como si estuviera segura de que así debían ser las cosas. Poco tiempo después la fui a buscar, al verme sonrió plenamente y dijo: -¡Ahora sí, listo, vamos…!- El tiempo ha pasado y aún nos tratamos y compartimos pero todavía no logro descifrar qué clase de ser celestial habita en ella.

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