YOVANNA



Yovanna fue condenada injustamente por capricho y para demostrar supremacía, pero ella, sin abandonar su fe y quebrada en más pedazos de los que cualquiera se puede imaginar se tomó su condena de forma radical: “si voy a morir que muera de una vez, si no que me dejen ir, pero ya no tengo fuerzas para sufrir más…” era su oración diaria. Yo que nunca he sido buena para consolar a nadie era la que generalmente estaba junto a ella en esos momentos. Me tocó aprender que las palabras pueden consolar más que el silencio cuando todavía hay esperanza y procuraba seleccionarlas con el mayor de los cuidados porque no hubiera soportado ser yo la responsable de que se quebrara aún más uno solo de los pedacitos en los que ya estaba rota. Mis consejos eran tal vez pesados, no sé si acertados, pero todo el mundo nos prohibía llorar y yo le decía que lo hiciera, no todo el tiempo ni delante de todos pero era necesario; todos nos censuraban el tema de la muerte, yo le pedía que me acompañara a pensar en ella; todos nos exigían ser fuertes, yo le agradecía su debilidad y le ofrecía la mía… Era raro, pero al final terminábamos sonriendo y agradeciendo a Dios y entendiendo que debíamos seguir aunque fuera de arrastras porque teníamos razones para ello. Al final ella descubrió el capricho y las ansias de imponerse y la injusticia, todo en su contra, y fue valiente y firme y se fue y resultó victoriosa. Ella nunca debió estar allí. Yovanna fue una clase magistral y exclusiva de Dios para mí.

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