IMAGEN Y SEMEJANZA
Todas
las personas son diferentes, todas las personas delgadas son diferentes, todas
las personas que sufren de asma son diferentes, todas las personas que profesan
una misma religión son diferentes, todas las personas con autismo son
diferentes. Es una relación sencilla (con implicaciones complejas) que
complejizamos (negando sus implicaciones) en busca de respuestas o en negación
de ellas. Reconocer a una persona que está dentro del espectro del autismo
puede ser solo cuestión de observación o puede requerir de estudios
especializados, porque además el autismo se manifiesta de diferentes maneras y
en distintos grados. No obstante, hay la tendencia a asumir que todas las
personas que están dentro del espectro son iguales y que todos son como el
chico o la chica de la serie, de la película, de la novela o del documental que
en algún momento hemos visto. Nada más alejado de la realidad. Aún y cuando dos
personas manifiesten el mismo tipo de autismo, en el mismo grado, son personas
diferentes, individuales, únicas, con rasgos comunes, sí, pero cargadas de
individualidad. No se puede pretender que sean la misma persona porque
compartan la misma condición.
Hace
tiempo escribí y publiqué en una red social que Dios es hermosamente autista
(debí decir que tiene autismo). Esta
atrevida aseveración la hice a partir de unas reflexiones que surgieron después
de muchas horas y muchos días de oración en un hospital (con mi hijo muy
enfermo). Ahora, desde mi casa y con mis hijos sanos, vuelvo a aseverar lo
mismo: Dios (Yo Soy) es hermosamente
un ser con autismo. Aún y cuando no soy especialista en el tema sucede que
estamos hablando de un nivel de autismo que es apreciable con simple
observación. Lo primero que hay que deslindar es que Dios es trinidad: Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Es decir, son tres personas distintas que a la vez son
un mismo Dios, a nivel teológico lo que importa explicar y entender es que son
un mismo Dios, pero aquí me enfocaré en que son tres personas distintas (sin
negar el aspecto teológico).
El
Espíritu Santo es esencia: antecede al Padre y trasciende al Hijo. Antecede a
todos los tiempos y trasciende a la historia. Por tanto, me enfocaré en el
Padre y el Hijo. El Padre es el creador. Creó al hombre a su imagen y
semejanza, no igual. Según relata La Biblia, Dios se detiene frente (o sobre)
un abismo, lo contempla y dice “haya luz”.
Inicia la creación. Pasarán seis días continuos, sin descanso, sin distracción:
Él y su obra. Solo cuando sintió que estaba perfecta, terminada, sin detalles,
descansó. Se trata entones de un ser que se enfoca en un objetivo, se propone
algo y no descansa de esa idea hasta verla materializada con la mayor
perfección posible.
Sucede
que el hombre, su más hermosa y amada creación, altera el equilibrio de la
misma, corrompe su perfección al incumplir una orden que Él había dado. Ante
esto, Dios Padre condena eternamente al hombre, a la mujer y a la serpiente y
con ellos a todos lo demás seres creados. Si por un instante nos atrevemos a
quitarle el tinte divino y a despojar esta acción de la explicación de los
exégetas bíblicos, es sin duda una reacción exagerada, que por demás se repite
en todo el Antiguo Testamento de La Biblia: menosprecia la ofrenda de Caín
porque le agradaba más el olor de la carne asada (de la ofrenda de Abel) que el
de los frutos de la tierra, diversifica la lengua de los hombres para que no
puedan comunicarse porque querían ser como Él, no permite que Abraham (después de haber
cumplido hasta con la dura de sus exigencias) entre en la tierra prometida
porque dudó por un instante de su fe, acaba con todo el pueblo egipcio porque
sus gobernantes se metieron con el pueblo Israelita, destruye Sodoma y Gomorra
porque no le hacían caso, no cede ante las súplicas de David (pese a verlo con
piedad) porque ya Él había emitido una condena y no podía retractarse, obliga a
Jonás a aceptar hacer lo que Él le requería, cumple cabalmente cada promesa,
exige cabalmente el cumplimiento de cuanto se le ofrece, es capaz de entregar
hasta lo más íntimamente apreciado (su hijo perfecto y único) por cumplir con
un proyecto.
Ese
es Dios Padre: ama hasta el extremo, castiga sin miramientos, premia sin
reservas. Todo lo cumple, en todo es perfecto y exigente. Es un Dios al que hay
que temerle y cuidar de no provocar su ira, porque cuando su ira estalla no hay
manera de contenerla y la desata quien lo contraría:
El Señor ha
devorado, no ha perdonado ninguna de las moradas de Jacob. Ha derribado en su
furor las fortalezas de la hija de Judá, {las} ha echado por tierra; ha
profanado al reino y a sus príncipes. (Lamentaciones 2:2)
Y se
encendió la ira del SEÑOR contra Israel, y los hizo vagar en el desierto por
cuarenta años, hasta que fue acabada toda la generación de los que habían hecho
mal ante los ojos del SEÑOR (Números 32:13)
Tus hijos
han desfallecido, yacen en las esquinas de todas las calles como antílope en la
red, llenos del furor del SEÑOR, de la reprensión de tu Dios. (Isaías 51:20)
He aquí, el
día del SEÑOR viene, cruel, con furia y ardiente ira, para convertir en
desolación la tierra y exterminar de ella a sus pecadores (Isaías 13:9)
Y el SEÑOR
se airó en gran manera contra Israel y los quitó de su presencia; no quedó sino
sólo la tribu de Judá (2Reyes 17:18)
En síntesis, se trata de una persona (divina) perfeccionista,
extremadamente exigente, cabal con su palabra y con el cumplimiento de sus
expectativas, con un lenguaje literal (que no admite dobles interpretaciones) y
de un carácter dual (amor / ira), impredecible: siempre paciente, siempre
irritable.
La segunda persona es El Hijo: Jesús. De acuerdo a las
referencias bíblicas el comportamiento del niño Jesús era diferente de lo que
se espera de cualquier niño. El primer evento que registra La Biblia de su conducta
es cuando es perdido y hallado en el templo. Jesús tenía entonces 12 años y
después de una desesperada y larga búsqueda, sus padres lo consiguen totalmente
tranquilo, sin ningún tipo de preocupación, predicando a los doctores de la ley
en el templo (lo que implica que a esa edad ya tenía un conocimiento propio de
personas doctas), al ser cuestionado por su madre él responde con absoluta
calma: ¿Por qué me buscaban? ¿No saben
que yo tenía que estar en casa de mi Padre? (Lc 2:49) Para este niño era obvio que supieran donde él
podía estar, no era capaz de comprender el motivo de la preocupación ante un
hecho que si para él era natural también debía serlo para los demás.
En cuanto a su vida social Jesús buscaba muchas veces
alejarse de la muchedumbre, prefería la intimidad de la meditación. Sus amigos
eran pocos y muy selectos. Se habla en La Biblia de doce discípulos, de los
cuales él tenía predilección por tres: Pedro, Santiago y Juan, ellos eran sus
amigos. Además de ellos se cuentan a Marta, María (la hermana de Marta), Lázaro
y María Magdalena. Ese era su grupo social. No cualquiera, ni quien quisiera
era amigo de Jesús, era él quien debía elegirlos (no al revés).
Jesús se manifiesta calmado, silente, meditativo pero cuando
hablaba sus sentencias no eran nada diplomáticas, por el contrario era directo
y claro cuando se trataba de expresar su opinión sobre algo, pero hablaba en
parábolas cuando se trataba de enseñar y asumía que todos seguían el hilo de lo
que él estaba planteando cual si lo estuviera haciendo de forma directa. Solo
en una ocasión se le relata como una persona furiosa. Él se acercó tranquilo al
templo y de pronto estalló en furia contra los mercaderes porque estaban profanando
la casa de su Padre. Nadie se hubiera esperado esa reacción de Jesús. Estalló
de repente. No así cuando le llevan a la mujer adúltera para que la juzgara: se
inclinó silente en la tierra y con el dedo empezó a escribir en el suelo. Ante
la insistencia de los fariseos se levantó y dijo: El que de vosotros esté sin pecado que lance la primera piedra. (Jn
53:7) acto seguido se volvió a inclinar y continuó escribiendo en el suelo.
Esta actitud retraída se repite cuando es juzgado durante su pasión, solo
después de mucha insistencia ante las interrogantes él contesta, siempre con
mucha certeza pero con pocas palabras.
Jesús: firme, directo, callado, profundo, siempre abstraído
y siempre atento, llora ante la tumba de
su amigo Lázaro. Este evento llama la atención de los exégetas puesto, que
según explican, Jesús no lloraba (no lo había hecho antes, ni lo hizo después
–ni siquiera durante su pasión y muerte-) pero ello no implicaba que no
sintiera, que no tuviera sentimientos, solo que no lo manifestaba y no como una
actitud de resistencia, sino como una forma de ser natural. Pocas veces
manifestaba llanto o risa, siempre estaba serio, tranquilo.
Respecto a su alimentación era muy selectivo: comía pan ázimo
y tomaba buen vino.
Cuando es crucificado, a punto de morir, después de azotes y
humillaciones es capaz de mirar a su vecino y responderle con palabras que en
lo absoluto eran propias de una persona sufriente: Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso. Jesús soporta todo porque
se trataba de un proyecto de su Padre y solo en el último minuto manifiesta un
ápice de inconformidad: Dios mío, Dios
mío ¿por qué me has abandonado? Hasta el último minuto confió en el
respaldo de su Padre. Nada, ni nadie lo hizo dudar, solo el Padre mismo al no manifestarse
antes de su muerte y aún así lo acepta porque toda su confianza sigue puesta
hasta el extremo en Él: Padre en tus
manos encomiendo mi espíritu.
El Padre (Yo Soy) y
Jesús (Hijo del Padre) son mis personas con autismo favoritas en todo el mundo
y es por quienes sé que mis hijos, uno meditativo, callado,
tranquilo y calculador; y otro
explosivo, irritable, impredecible, escandaloso y autoritario son, al igual que
el resto del mundo, imagen y semejanza de Dios.
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