Anaconda


Un día la serpiente sintió envidia de la mujer y comenzó a imitarla. Tanto se esforzó en repetir sus movimientos, su mirada, su voz... Que decidió erguirse y su cuerpo frío fue redondeándose y aparecieron senos y una cabellera que era el marco de la más amplia y peligrosa sonrisa.
Al verse al espejo se reconoció hermosa, se admiró perfecta, no era capaz de percibir algún defecto en sí misma. Salpicaba de su veneno a todo el que se le acercaba y nunca dejaba de sonreír, también sabía llorar, aprendió a hacerlo para camuflar con sus lágrimas sus mortíferas toxinas.
¡Pobre anaconda! Debe ser muy difícil querer dejar de ser quien se es y no poder. ¡Pobre anaconda! Su lucha trasciende cualquier límite, tanto quiere dejar de ser quien es que tal vez ya no es su culpa destilar tanta crueldad y engullir por instinto a sus víctimas. Pobre. Deseo que un día gane su lucha y que la mujer en la que se convirtió la destruya y comience a vivir.
Mientras tanto habré de protegerme de no ser yo la serpiente que un día sintió envidia de la mujer.

*La imagen es autoría de Jorge Omar Gutiérrez Salazar.

Comentarios

Entradas populares